TUENTI

Queen of Darkness

SEGUIDORES DE MI LOCURA

miércoles, 23 de febrero de 2011

Piratas del Caribe. En el Fin del Mundo

Gibbs: Estamos a punto de llegar a la Cala de los Naufragios.
Jack Sparrow: Definitivamente nosotros los piratas carecemos de imaginación para poner nombre a las cosas. Una vez navegué con un fulano que no tenía brazos, era cojo y le faltaba medio ojo.
Gibbs: ¿Y cómo lo llamabais?
Sparrow: Larry




Sparrow: ¡Héctor, cuánto tiempo!
Héctor Barbossa: Sí, desde Muerta. Me mataste ¿recuerdas?
Sparrow: Eh... no, no me acuerdo.

Sparrow: ¿Qué haces?
Barbossa: No, ¿qué haces tú?
Sparrow: El capitán es quien da las órdenes.
Barbossa: El capitán ya está dando las órdenes.
Sparrow: El barco es mío.
Barbossa: Yo tengo las cartas.
Sparrow: Entonces serás… ¡el cartero!

Hay una tercera opción. Tiempo atrás en este mismo lugar, la primera Asamblea de Hermanos capturó a la diosa del mar y la confinó en un cuerpo de carne y hueso. Aquello fue un error. Dominamos los mares y salimos nadando, cierto, pero dejamos una puerta abierta para Beckett y su calaña. Mejor vivíamos cuando el dominio de los mares no obedecía pactos con criaturas monstruosas, sino al sudor de la frente de un humano y la fuerza de sus hombros. Todos sabéis que esto es cierto. Caballeros, damas, debemos liberar a Calypso. (Barbossa)

Davy Jones: ... Y cuando podíamos de nuevo estar juntos... Tu no estabas allí. ¿Porqué no estabas?
Calypso: ¡Es mi naturaleza! ¿Me amarías si pretendiera ser algo que no soy?
Davy Jones: Yo no te amo.



Barbossa: Si tienes una idea mejor, por favor, compártela.
Sparrow: ¡Sí! Las sepias, ¿eh? No olvidemos, queridos amigos, a nuestras queridas amigas las sepias. Con sus extraordinarias salchichitas. Si las encerráis juntas se devorarán entre sí, sin dudarlo. La naturaleza humana o, la naturaleza animal. Es cierto, podríamos refugiarnos aquí bien provistos y armados y la mitad acabaríamos muertos en un mes, lo que me parece desalentador, se mire por donde se mire. Oh…como mi docto colega tan ingenuamente propone, podemos liberar a Calypso y rezar porque sea lo bastante compasiva, cosa que dudo. De hecho ¿podemos obviar que ella no deja de ser una mujer despechada y que no existe ser más vengativo? No podemos. "Rest in salocui tu tacula in naufracchio" nada nos queda, salvo una opción. Estoy de acuerdo, y no puedo creer que esté pronunciando estas palabras, con…la Capitana Swann. Debemos luchar. Siempre me he limitado a abrazar la más noble y antigua de las tradiciones piratas. Sostengo que aquí y ahora es lo que todos debemos hacer. Debemos luchar, para poder huir. 

William Turnes: ¡Jack, Beckett tiene el corazón de Davy Jones!
Elizabeth Swann: ¡Está tomando los mares!
Tía Dalma: La canción ha sido entonada, la Hermandad debe reunirse.
Sparrow: Os dejo un minuto y todo se va por la borda…

Gibbs: Jack, el mundo necesita desesperadamente que vuelvas.
Will: Y tú una tripulación.
Sparrow: ¿Por qué iba a querer navegar con ninguno de vosotros? Cuatro intentasteis matarme, y uno lo consiguió… (refiriéndose a Elizabeth) Oh, ¿no te lo ha contado? Tenéis mucho de qué hablar mientras estéis aquí… (a Tía Dalma) En cuanto a ti…
Tía Dalma: Vamos, no irás a decirme que no disfrutaste aquella vez…
Sparrow: Jeje, sí, tienes razón. Puedes venir. (a Raggetti) A ti no te necesito. (a Pintel) Tú me das miedo. Gibbs, tú vienes. Marty… Cotton… El loro de Cotton no me convence, pero al menos tendré con quien charlar…

Sparrow: Deseadme suerte muchachos. La necesitaré.
Sparrow imaginario 1: Ya le echo de menos…
Sparrow imaginario 2: Es encantador, ¿verdad?
Sparrow imaginario 3: ¡Que nadie se mueva! Se me ha caído el cerebro…

Una piedra... ¡Ahora me siguen las piedras! Es algo insólito... (Sparrow)



Elizabeth: Saben dónde estamos. Jones está siendo comandado por Lord Beckett. Se dirigen hacia aquí.
Caballero Joccard: ¿Quién nos ha traicionado?
Barbossa: Seguramente alguien que no está entre nosotros.
Elizabeth: ¿Dónde está Will?
Sparrow: No entre nosotros…

Rima LXVI

¿De dónde vengo? … El más horrible y áspero
De los senderos busca;
Las huellas de unos pies ensangrentados
Sobre la roca dura,
Los despojos de un alma hecha jirones
En las zarzas agudas,
Te dirán el camino
Que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
De los páramos cruza,
Valle de eternas nieves y de eternas
Melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
Sin inscripción alguna,
Donde habite el olvido,
Allí estará mi tumba.

Gustavo Adolfo Bécquer

lunes, 21 de febrero de 2011

Darkness

I had a dream, which was not all a dream.
The bright sun was extinguish'd, and the stars
Did wander darkling in the eternal space,
Rayless, and pathless, and the icy earth
Swung blind and blackening in the moonless air;
Morn came and went, and came, and brought no day,
And men forgot their passions in the dread
Of this their desolation; and all hearts
Were chill'd into a selfish prayer for light:
And they did live by watchfires, and the thrones,
The palaces of crowned kings, the huts,
The habitations of all things which dwell,
Were burnt for beacons; cities were consumed,
And men were gathered round their blazing homes
To look once more into each other's face;
Happy were those who dwelt within the eye
Of the volcanos, and their mountain-torch:
A fearful hope was all the world contain'd;
Forests were set on fire, but hour by hour
They fell and faded, and the crackling trunks
Extinguish'd with a crash, and all was black.
The brows of men by the despairing light
Wore an unearthly aspect, as by fits
The flashes fell upon them; some lay down
And hid their eyes and wept; and some did rest
Their chins upon their clenched hands, and smiled;
And others hurried to and fro, and fed
Their funeral piles with fuel, and looked up
With mad disquietude on the dull sky,
The pall of a past world; and then again
With curses cast them down upon the dust,
And gnash'd their teeth and howl'd: the wild birds shriek'd,
And, terrified, did flutter on the ground,
And flap their useless wings; the wildest brutes
Came tame and tremulous; and vipers crawl'd
And twined themselves among the multitude,
Hissing, but stingless, they were slain for food.
And War, which for a moment was no more,
Did glut himself again; a meal was bought
With blood, and each sate sullenly apart
Gorging himself in gloom: no love was left;
All earth was but one thought, and that was death,
Immediate and inglorious; and the pang
Of famine fed upon all entrails, men
Died, and their bones were tombless as their flesh;
The meagre by the meagre were devoured,
Even dogs assail'd their masters, all save one,
And he was faithful to a corse, and kept
The birds and beasts and famish'd men at bay,
Till hunger clung them, or the dropping dead
Lured their lank jaws; himself sought out no food,
But with a piteous and perpetual moan,
And a quick desolate cry, licking the hand
Which answered not with a caress, he died.
The crowd was famish'd by degrees; but two
Of an enormous city did survive,
And they were enemies: they met beside
The dying embers of an altar-place
Where had been heap'd a mass of holy things
For an unholy usage; they raked up,
And shivering scraped with their cold skeleton hands
The feeble ashes, and their feeble breath
Blew for a little life, and made a flame
Which was a mockery; then they lifted up
Their eyes as it grew lighter, and beheld
Each other's aspects saw, and shriek'd, and died,
Even of their mutual hideousness they died,
Unknowing who he was upon whose brow
Famine had written Fiend. The world was void,
The populous and the powerful was a lump,
Seasonless, herbless, treeless, manless, lifeless,
A lump of death, a chaos of hard clay.
The rivers, lakes, and ocean all stood still,
And nothing stirred within their silent depths;
Ships sailorless lay rotting on the sea,
And their masts fell down piecemeal: as they dropp'd
They slept on the abyss without a surge,
The waves were dead; the tides were in their grave,
The moon their mistress had expir'd before;
The winds were withered in the stagnant air,
And the clouds perish'd; Darkness had no need
Of aid from them... She was the Universe. 

Lord Byron

lunes, 14 de febrero de 2011

Los amores de Eros y Psique

Aquí tenéis mi regalo de San Valentín. Espero que os guste =)


En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas. Para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Tan hermosa era que sus conciudadanos, y un buen número de extranjeros, acudían a admirarla. Incluso dieron en compararla a la propia Venus, y no advirtieron que, al descuidar los ritos debidos a esta diosa, tal vez estaban atrayendo sobre la bella y bondadosa joven un destino funesto.
Venus, la diosa que está en el origen de todos los seres, herida en su orgullo, encargó a su hijo Eros: "Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos". Y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereidas y delfines. 


Psique, con el correr del tiempo, fue conociendo el precio amargo de su hermosura. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor... Sus padres consultaron entonces al oráculo: "A lo más alto - contestó - la llevarás del monte, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Júpiter".
El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte final de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha. Sobre un lecho de roca quedó muerta de miedo Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. En estas que se levantó un viento, se la llevó en volandas y la depositó suavemente en una pradera cuajada en flor. Tras el estupor inicial, Psique se adormeció. Al despertar, la joven vio junto al prado una fuente, y más allá un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la factura del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. 
Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. La hizo suya, y partió antes del amanecer.


Pasaron los días por la soledad de Psique, y con ellos sus noches de placer. En una ocasión su desconocido marido le advirtió: "Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha". "Mas añoro mucho su compañía - dijo ella entre sollozos - Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre". "Sea", contestó el marido, y al amanecer se escurrió una vez más de entre sus brazos. 
De día aparecieron junto a palacio sus hermanas y le preguntaron, envidiosas, quién era su rico marido. Ella titubeó, dijo que un apuesto joven que ese día andaba de caza y, para callar su curiosidad, las colmó de joyas. Poco antes de que anocheciera, Psique tranquilizó a sus hermanas y las despidió hasta otra ocasión.


Con el tiempo, y como no podía ser de otra forma, Psique quedó encinta. Pidió entonces a su marido que hiciera llegar a sus hermanas de nuevo, ya que quería compartir con ella su alegría. Él rezongó pero, tras cruzar parecidas razones, acabó accediendo.
Al día siguiente llegaron junto a palacio sus hermanas. Felicitaron a Psique, la llenaron de besos y de nuevo le preguntaron por su marido. "Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad..." Psique se sonrojó, bajó la cabeza y acabó reconociendo lo poco que conocía de él, aparte de la dulzura de su voz y la humedad de sus besos... "Tiene que ser un monstruo - dijeron ellas, aparentemente horrorizadas -, la serpiente de la que nos han hablado. Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte". Y la ingenua Psique asintió. "Cuando esté dormido - dijeron las hermanas - coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza". Enseguida partieron, y dejaron sumida a Psique en un mar de turbaciones. 
Pero cayó la noche, llegó con ella el amor que acostumbraba y, tras el amor, el sueño. La curiosidad y el miedo tiraban de Psique, que se revolvía entre las sábanas. Decidida a enfrentar al destino, sacó por fin de bajo la cama el cuchillo y una lámpara de aceite. La encendió y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era... el propio dios Cupido, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo el carcaj con sus flechas. La propia lámpara se avivó de admiración; la lámpara, sí, y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro del dios, que despertó sobresaltado. 
Al ver traicionada su confianza, Cupido se arrancó de los brazos de su amada y se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: "Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Venus desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé... Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme". Y dicho esto se fue. 
Quedó Psique desolada y se dedicó a vagar por el mundo buscando recuperar, inútilmente, el favor de los dioses: la cólera de Venus la perseguía. La diosa finalmente dio con ella, menospreció el embarazo de la joven, le dio unos cuantos sopapos y la encerró con sus sirvientas Soledad y Tristeza. El caso es que Venus decidió someter a Psique a varias pruebas, convencida de que no podría superarlas; mas acudieron en ayuda de la joven las compasivas hormigas, las cañas de los ríos y las aves del cielo. La última prueba, en cambio, fue la más terrible: Psique bajó a los infiernos en busca de una cajita que contenía hermosura divina. En el camino de regreso, sin embargo, quiso ella misma ponerse un poco y, al abrir la caja, un sueño insoportable se abatió sobre ella. Y habría muerto, de no ser porque Cupido, su loco enamorado, acudió a despertarla: "Lleva rápidamente la cajita a mi madre, que yo intentaré arreglarlo todo" dijo, y se fue volando. En la morada de los dioses, a petición de Cupido, Zeus determinó que los amantes podían vivir juntos. Así que Hermes raptó a Psique y la llevó al cielo, donde se hizo inmortal. 
Y fueron juntos felices Eros y Psique y a su debido tiempo tuvieron una niña a la que en la tierra llamamos Voluptuosidad.

[Apuleyo - Metamorfosis]